domingo, 20 de septiembre de 2009

"El vampiro de la gruta" (Decimosexta Entrega)


"- Que? Como?" Dijo Leonardo casi gritando. "- Como que vacío?"
"- Si, vacío. Como lo escucha."
"- Y... que hizo?"
"- Bueno, cuando me recobré de la sorpresa y volví a escuchar el ruido de los sarracenos revolviendo el monasterio, me di cuenta que era tal vez la única oportunidad que tenia de escapar con vida. Obviamente se habían olvidado momentáneamente de mí en su desesperación por atrapar al príncipe Vlad. Uno de los monjes me facilitó su capa y con la capucha cubriendo por completo mi cabeza me dirigí hacia la entrada principal. Ocultándome en las sombras y escurriéndome pegado a los muros, pude aprovechar la distracción de los turcos que frenéticamente iban de un lado a otro, dando vuelta todo lo que estuviera suelto y hurgando en cada recoveco. Al pasar por la entrada del monasterio pude ver los cadáveres de mis camaradas. Aferré con fuerza la daga que mi odiado enemigo no había encontrado y que en ese momento era mi única arma. Corrí lo más rápido que pude hasta que llegué a la arboleda y luego seguí corriendo sin detenerme. A cierta distancia de donde estaban los botes, ahora custodiados por los turcos, me deslicé en las aguas del lago y nadé hasta la otra orilla.
Luego de eludir a las tropas otomanas por un par de días, me dirigí primero a Bucuresti y luego de vagar sin saber que hacer, decidí volver al castillo de mi príncipe en Poenari.
Tardé varios días a través de las montañas hasta llegar a la aldea de Arefu.
Allí los aldeanos se encontraban en estado de conmoción. Cuando manifesté que me dirigía a la fortaleza del príncipe Vlad fui advertido vehementemente: "- Ahora el Diablo vive en el castillo!" Aparentemente culpaban a los ocupantes del castillo de ciertas muertes que habían ocurrido en los últimos días. Teniendo en cuenta el cruento trato que mi príncipe había dispensado a los lugareños en el pasado, no me extrañó que se refirieran al lugar en esos términos.
Descansé un par de horas y luego comencé el ascenso al castillo para llegar antes de la caída del sol.
Llegué a la cima del risco y a la entrada de la fortaleza Poenari cuando la luz del día se escurría tras las montañas. Me llamó la atención que no hubiera guardias a la vista. Ingresé y mi sorpresa continuó aumentando ya que el lugar parecía desierto. Entré a la torre principal y como el lugar ya estaba en penumbras, encendí las velas de un candelabro que encontré. Cual fue mi decepción al confirmar que el castillo estaba absolutamente deshabitado. Una larga mesa ocupaba el centro de la gran estancia. Apoyé el candelabro y me desplome sobre una de las sillas que se alineaban a los lados de la mesa. No sabia que hacer. A pesar de que el lugar estaba helado, el cansancio me fue ganando de a poco y me fui quedando dormido.
Pensé que estaba soñando y que estaba escuchando el quejido de los moribundos en la batalla, pero el sonido parecía llegarme desde un sitio más cercano que mis recuerdos. Ya no sentía frío.
Comencé a cobrar conciencia lentamente y a despertarme. Al abrir los ojos lo primero que note fue que el salón estaba iluminado por la luz de docenas de velas en candelabros ubicados aquí y allá. En uno de los extremos de la estancia un gran fuego ardía chisporroteando. Y luego lo vi a El!
Se encontraba de espaldas a mí, inclinado sobre algo. Pero pude reconocerlo porque llevaba las ropas de la ceremonia de su funeral. Entonces escuché nuevamente el quejido, un llanto apagado.
'- Mi señor, es usted?' pregunté. La figura comenzó a erguirse y a darse vuelta. Cuando se hizo a un lado pude ver que era lo que producía el llanto: una joven de negros cabellos ensortijados se encontraba en el suelo, su desnudez apenas cubierta por una sabana, sus ojos entrecerrados y un hilo de sangre que se derramaba por uno de sus hombros. Miré a la figura de pie a su lado. Si, era el príncipe Vlad Draculea, el terror de los turcos, el defensor de la cruz.
'- Bienvenido a casa mi fiel Boris!' Cuando habló pude ver que su boca estaba manchada con sangre. Se pasó el dorso de la mano limpiándose.
'- Mi señor, es usted realmente? Yo lo vi... muerto!'
'- Y ciertamente lo estuve, pero no por mucho tiempo."
'- Pero... y la ceremonia. Y cuando le sepultaron? Entonces usted estaba vivo, por que se dejó sepultar?"
'- Porque el ritual así lo requería.' Mientras me hablaba, acariciaba los negros cabellos de la joven que yacía a sus pies '- Un ritual que practicaba cierta tribu pagana de los Carpathos que se dice, tenía trato con el Diablo. Ahora gracias a ese ritual me he convertido en inmortal! Soy quien reina en la noche y mi poder no tiene limites! Y ahora me alimento de las criaturas de Dios!'
Sujetó a la joven de sus cabellos y se inclino nuevamente. La mordió a un lado del cuello y comenzó a beber de la sangre que manaba. La joven emitió nuevamente un leve quejido y su cuerpo comenzó a aflojarse. Por ultimo dejó escapar un suave sonido estertóreo y su cuerpo se relajó por completo. El príncipe Vlad se levantó y soltó el cuerpo ya sin vida de la joven.
'- Ahora hablemos de lo que nos depara el futuro!' dijo.
Y yo me quedé mirando a la joven que yacía en el suelo.

A la mañana siguiente bajé a la aldea de Arefu a ejecutar una vez más la tarea que mi señor me había encomendado. Conseguí un carro y un par de caballos. Ante la curiosidad hostil de los aldeanos, dije que debía transportar unos baúles con pertenencias del antiguo dueño del castillo a requerimiento de su familia. Los habitantes de Arefu proferían maldiciones y se persignaban, mirando temerosos pero con odio hacia la cima de Poenari: una joven de una granja cercana había desaparecido esa noche. Como hablaban de organizar una partida para salir a buscarla, decidí terminar mi comisión en la aldea y volver rápidamente. No pensaba terminar linchado por un grupo de granjeros, luego de haber evitado la muerte a manos de los turcos.
Una vez de regreso en la fortaleza, cargué el ataúd donde mi príncipe descansaba resguardándose de la luz del día. Acomodé otros baúles con sus pertenencias arriba del carro de manera que el ataúd quedara oculto a la vista y cuando estuvo todo listo partí hacia el destino que me había ordenado: Hungría, el reino de Matthias Corvinus, primo de la segunda esposa del príncipe Vlad Draculea.

Continuará...

sábado, 5 de septiembre de 2009

"El vampiro de la gruta" (Decimoquinta Entrega)


Leonardo se quedó sin habla. Lo que había escuchado le daba vueltas en la cabeza. Pero un concepto por sobre todos los demás atrajo su atención: inmortal.
Sería cierto, o este sujeto era tan solo un chiflado? Su comportamiento ciertamente no era el de alguien alienado. Demostraba una fortaleza de carácter y seguridad de si mismo obvias. Pero, sería cierto?
"- Seguramente tendrás muchas preguntas para hacer. No quisiera que te quedes con ninguna duda. Anda, pregunta lo que quieras, pregunta!"
No sabía por donde comenzar. Todo le resultaba tan irreal, tan increíble.
Comenzó por lo primero que le vino a la mente: "- De donde dijo que venía usted?"
"- De Valaquia, en Rumania. Es de donde mi ya desaparecido señor era originario. Has oído hablar de la Orden del Dragón?"
"- No, en absoluto."
"- Pues ciertamente mi pregunta no podría tener otra respuesta. Prácticamente nadie fuera de la Orden la conoce."
"- Entonces..." dijo con tono inquisitivo Leonardo.
El extranjero se levantó y adoptó una postura de dignidad, como si fuera a pronunciar un importante discurso.
"- Lo que te contaré, será todo lo que necesitas saber sobre el comienzo de nuestra estirpe."
Y así comenzó su relato:
"- Mi familia, los Musat, hemos sido fieles servidores del Príncipe Vlad Draculea de Valaquia. El Príncipe Vlad, el azote de los turcos, el último líder de la Orden del Dragón.
Antes de partir hacia su última batalla, mi señor me confió su plan secreto. Sabía que la suerte estaba echada y que ya no podría derrotar una vez más a las huestes de Mehmed II, el Conquistador de Constantinopla. A pesar de la superioridad numérica de sus ejércitos, el sultán había sido humillado demasiadas veces y mi príncipe sabía que en su derrota no se le concedería misericordia alguna. Los tormentos que mi señor había inflingido a los prisioneros turcos debilitaron la moral del sultán, quien dejó la campaña en manos de sus subordinados y regresó a Estambul. Pero al retirarse también dejó una orden estricta: quería que la cabeza del príncipe Vlad le fuera enviada en una bandeja.
La noche previa a la batalla mi señor me llamó y me dio su última orden para mí. Me pidió que reuniera a una docena de guerreros de mi más absoluta confianza y que con este grupo tomaríamos parte en la batalla ante una única eventualidad. Recuerdo sus palabras como si las hubiera escuchado hace tan solo un momento. Me dijo, que si lo viéramos caer víctima del acero otomano, no deberíamos permitir que capturen su cadáver. Su cuerpo debía ser recuperado en una sola pieza. Me tomó firmemente de ambos hombros y mirándome fijamente a los ojos me dijo '- Solo así podré regresar del más allá; si Dios todopoderoso me abandona cuando estoy defendiendo su reino de sus enemigos, pues entonces yo renunciaré al reino de los cielos y regresaré de la muerte para vengarme!'"
El extranjero ahora caminaba alrededor del extremo de la larga mesa. Hablaba y gesticulaba apasionadamente.
"- Al despuntar el día comenzó la batalla. Ocultos en una arbolada colina cercana vimos el combate sin poder intervenir, pues esa era la orden que me había impartido." Leonardo pudo ver que los ojos de Musat se llenaban de lagrimas "- Como combatió mi señor! Fue glorioso haberlo visto, blandiendo su espada y exterminando a los invasores otomanos con cada golpe que asestaba! Todo empapado por la sangre de sus víctimas parecía un demonio segador de toda vida!" Entonces el rostro de Boris Musat se ensombreció de repente "- Pero sucedió lo inevitable. En un momento mi príncipe quedó rodeado por un puñado de soldados turcos y uno de ellos logró darle una estocada mortal con su lanza.
Ese era nuestro momento. Nos lanzamos al galope y cruzamos rápidamente entre las líneas turcas. Luchamos breve pero salvajemente hasta que logré llegar hasta el cuerpo de mi señor. Lo cargué sobre un caballo y nuevamente en desenfrenada carrera nos abrimos paso entre el enemigo saliéndonos de la batalla.
A duras penas pudimos escapar. Los seis que quedamos con vida nos dirigimos con el cuerpo del príncipe hacia el monasterio en la pequeña isla de Snagov.
Cuando llegamos, los monjes que también habían sido comisionados por mi señor para esta tarea nos ayudaron a cruzar el cuerpo en un bote. Ya estaba cayendo el sol y se aprestaron para la ceremonia funeral que tendría lugar esa misma noche. Nosotros no podríamos presenciarla, pero como los turcos estarían tras nuestro rastro decidimos montar guardia para defender el lugar y evitar que interrumpieran la ceremonia.
La noche cayó sobre el monasterio. Pudimos ver por última vez a nuestro señor. Sus heridas habían sido lavadas y estaba vestido con unas ropas majestuosas. Los monjes se llevaron el cuerpo hacia la capilla principal, donde ya estaba preparado frente al altar el lugar de su sepultura.
Nos dispusimos en la entrada del monasterio decididos a detener a quien fuera. Un viento frío comenzó a soplar y las nubes en el cielo comenzaron a dispersarse, dejando a la vista el enorme disco de la luna. Pasaron las horas y entonces, cuando faltaba poco para el amanecer, comenzamos a escuchar el cántico de los monjes. Un coro monocorde hacía de fondo a una voz que declamaba y que por momentos parecía que impartía extrañas órdenes. Reconozco que no pude resistir la curiosidad. Dejando a mis hombres de guardia me dirigí oculto entre las sombras por un costado de la capilla. Trepando entre los bloques desparejos de las rocas que formaban el muro, pude llegar a la altura de una de las pequeñas ventanas laterales. Cuando miré hacia el interior de la capilla la escena me sobresaltó: el príncipe Vlad de Valaquia estaba parado, de espaldas al altar, mirando el lugar de su sepultura! Estaba con vida! Se acercaron un par de monjes y lo ayudaron a recostarse dentro de un ataúd. Le pusieron la tapa y lo bajaron a la pequeña bóveda frente al altar. Luego, pusieron sobre la bóveda una losa y a su vez taparon esta con una alfombra exquisita. Yo estaba atónito! Si estaba con vida por que lo sepultaban? La ceremonia parecía estar llegando a su fin y cuando los monjes se disponían a salir de la capilla, bajé silenciosamente del muro y volví a reunirme con mis hombres. Los primeros rayos del sol comenzaban a insinuarse tras las montañas cuando nos avisaron que el funeral había concluido."

Boris Musat se quedó en silencio y se sentó. Su mirada, fija en sus manos sobre la mesa y los largos cabellos ondulados cayendo a los lados de su rostro manteniéndolo en sombras.
La incredulidad de Leonardo había dado paso a la fascinación. Estaba extasiado por el relato.
"- Pero... lo sepultaron con vida? Que sucedió? No se detenga, continúe por favor!"
El extranjero levantó la vista y miró a Leonardo. La misma mirada mezcla de odio e indolencia que había percibido antes. Pero luego su rostro se relajó y comenzó a hablar de nuevo.
"- Ese día nos llegó la noticia de que los turcos estaban rastrillando la zona. Era cuestión de tiempo para que alguien que nos hubiera visto dirigiéndonos hacia el monasterio, cediera a la brutalidad otomana y hablara. Parecía que nuestra misión fracasaría a pesar de todo. No éramos suficientes para evitar que los turcos se llevaran el cadáver del príncipe Vlad y enviaran su cabeza a Estambul. Nos quedaba una única opción. Ya que con el ejército del sultán buscándonos no podíamos aventurarnos de día, esperaríamos a que cayera la noche y nos llevaríamos el ataúd con el cuerpo del príncipe a algún lugar más seguro.
Aprovechamos a descansar, aunque la visión de lo que había presenciado durante la noche no me permitió conciliar el sueño de manera continua.
Había logrado quedarme dormido cuando los monjes nos despertaron abruptamente. Los turcos estaban cruzando hacia la pequeña isla. Ya era tarde, habíamos fracasado!
Con mis hombres tomamos posiciones en la entrada del monasterio, decididos a hacer un último acto de resistencia. El sol ya se ocultaba rápidamente tras las montañas y comenzamos a divisar las antorchas del enemigo aproximándose hacia el monasterio. A último momento se me ocurrió una idea desesperada. Mientras mis hombres resistirían todo lo posible, sacaría el ataúd de mi señor y lo arrojaría a las aguas del lago. Confié mi plan al grupo y con los soldados turcos ya a la vista corrí hacia el interior. Los monjes se espantaron ante mi idea. El sonido de acero contra acero ya se podía oír en la entrada del monasterio y ante la desesperación, traté de ingresar a la capilla. Los monjes se abalanzaron sobre mí y me encontraba forcejeando con ellos cuando la horda otomana se presentó. Intenté desenfundar mi espada pero me fue imposible, ya que fui rodeado y sujetado por varios soldados de tez morena y rostros salvajes. Uno de ellos, seguramente su comandante, vociferó unas ordenes y junto con los monjes nos empujaron dentro de la capilla. Una vez adentro, miré automáticamente hacia la tumba de mi señor. Cual sería mi sorpresa al ver que la alfombra y la losa que la cubrían estaban desplazadas. El comandante turco se dirigió a las zancadas hacia la tumba y se detuvo al pie de esta. Luego de un momento, giró y me echó una mirada furiosa. Se acercó hacia mí y comenzó a gritarme, sin que yo pudiera entender una sola palabra de lo que decía. Mientras me sujetaban, me golpeó hasta casi dejarme inconsciente mientras continuaba gritándome. Me soltaron y caí al suelo de fría piedra. A pesar de que estaba totalmente desorientado, pude ver que también se la agarraron a golpes con los monjes. Salieron de la capilla a toda velocidad y por los ruidos que pude escuchar, parecía que estaban desbaratando el monasterio. Me incorporé con mucha dificultad y trastabillando caminé hasta la tumba. Me asomé a la pequeña bóveda y miré en su interior. La tapa del ataúd estaba tirada a un lado y el ataúd... estaba vacío!"

Continuará...

John Doe.