Leonardo Maximiliano Alonso se fue adaptando muy fácilmente a su nueva vida. Después de todo, no se diferenciaba mucho de la que llevaba antes de conocer a su nuevo mentor: vivía de noche.
Le había mentido a su hermana Sofía diciéndole que se había mudado provisoriamente a la casa de un amigo, más cerca de la Plaza 25 de Mayo. Algunas noches la visitaba, apenas caía el sol y charlaba con ella largamente hasta que iba a encontrarse con Mussat.
En realidad había disfrutado de la compañía de Sofía más tiempo del que acostumbrara antes de convertirse en vampiro. Al despedirlo luego de esas visitas, Sofía le recriminaba por su aspecto algo enfermizo. "- No te preocupes -le decía Leonardo- me estoy alimentando bien!" y precisamente a hacer eso partía.
Los cotos de caza del macabro dúo se repartían aleatoriamente por toda la ciudad, tratando de no repetir muy seguido un mismo barrio para evitar llamar la atención. No obstante, la policía había estado investigando sobre la muerte de algunas prostitutas. Teniendo en cuenta la cantidad de extranjeras que se encontraban ejerciendo la profesión en Buenos Aires, la curiosidad de las fuerzas del orden fue efímera.
Una zona que favorecían en particular, era la aledaña a la Plaza 11 de Septiembre, que luego sería conocida como Plaza Once. Hasta allí llegaban desde el interior las carretas que traían mercaderías tales como lana, cueros y vinos. El ir y venir de tantos no residentes les permitía seleccionar sus víctimas sin despertar tantas sospechas.
Debían ser cuidadosos, ya que muchos de los arrieros que pululaban por la zona eran grandes consumidores de alcohol; el alimentarse de alguien en ese estado podría resultar mortal para un vampiro.
En cierta ocasión, Musat salvó a Leonardo de una muerte terriblemente dolorosa por algo similar pero más peligroso aún.
Leonardo había cortejado a una escritora bohemia que había conocido en un antro de la Avenida de Mayo.
La había acompañado hasta su casa y simuló comportarse como un sobrio caballero, rechazando cortésmente la invitación que esta le hiciera de pasar a su casa, con el pretexto de que volverían a verse en breve. La escritora se sintió decepcionada.
Luego de una hora, Leonardo se deslizó sigilosamente en la casa de su víctima y luego en su habitación. En la oscuridad, pudo ver el cuerpo de la escritora semidesnudo que se movía al compás de la respiración. Leonardo se sentó en el borde de la cama y apartó un mechón de cabellos de la mujer dejando así el cuello a la vista. Cuando comenzó a inclinarse hacia ella, pudo oír la enérgica voz de Boris Musat:
Luego de una hora, Leonardo se deslizó sigilosamente en la casa de su víctima y luego en su habitación. En la oscuridad, pudo ver el cuerpo de la escritora semidesnudo que se movía al compás de la respiración. Leonardo se sentó en el borde de la cama y apartó un mechón de cabellos de la mujer dejando así el cuello a la vista. Cuando comenzó a inclinarse hacia ella, pudo oír la enérgica voz de Boris Musat:
"- Alto!"
Leonardo se dio vuelta sobresaltado "- Maldición! Que es lo que te sucede?"
"- Debes afinar más tus sentidos -le contestó Musat con un tono de ironía- pues de lo contrario podría costarte la vida!" y extendiendo su brazo, señaló con el dedo índice hacia la cómoda.
Al acercarse al mueble, Leonardo pudo ver un pequeño frasco de boticario. Lo tomó y leyó la etiqueta: Láudano! Miró a Musat con expresión perpleja.
"- Debe consumirlo con frecuencia, pues se puede oler en su transpiración. Tienes que tener cuidado con estas cosas, estas substancias en la sangre son mortales para nosotros. Cuanta ironía -dijo sonriendo maliciosamente mientras sopesaba el pequeño frasco- a algunos este vicio los ha llevado a la tumba, pero en este caso a ella le salvó la vida!" Con lo cual dio por concluida lo que era una lección de supervivencia para su discípulo.
El tiempo continuó su marcha inexorable y Leonardo se encontraba cada vez más adaptado y conforme con su nueva existencia.
No pasaron más que un par de meses para que el estado de las cosas se viera alterado de manera abrupta.
Las condiciones sanitarias y de higiene de Buenos Aires por aquella época eran mucho menos que óptimas.
El agua potable era insuficiente y las napas de agua estaban mayormente contaminadas por los desechos humanos. Si uno se dirigía hacia el sur de la ciudad, en ambas márgenes del Riachuelo contaminado por los saladeros y los mataderos, los más humildes, en especial la gente de raza negra y los inmigrantes europeos que en el último año ingresaban incesantemente, vivían en un hacinamiento inhumano e insano.
El verano de 1871 fue particularmente caluroso y húmedo y los soldados que regresaban de la Guerra contra el Paraguay trajeron consigo una forma de muerte que, dadas las condiciones reinantes se propagó por la ciudad como el fuego: la fiebre amarilla.
En esta ocasión fue Leonardo quien primero se percató de que algo extraño estaba sucediendo y fue el quien salvó la vida de su mentor.
Esa noche habían ingresado juntos en la casa de una familia del barrio de San Telmo, donde planeaban alimentarse del par de hijas adolescentes que allí vivían. Ni bien entraron en la habitación de estas, Leonardo se paro en seco. Musat ya estaba abalanzándose excitado hacia el lecho de una de las jovencitas cuando Leonardo lo detuvo.
"- No, espera! -le dijo con seguridad y firmeza- No las toques siquiera!"
"- Que es lo que te sucede?"
"- La muerte se nos ha adelantado. Están enfermas! Todo este sitio huele a enfermedad y muerte!"
Boris Musat era lo suficientemente astuto como para saber que el instinto de un vampiro era su mejor arma de defensa y que por ende, debía confiar en el de su discípulo.
"- Como tu digas mi joven amigo, como tu digas."
Y se retiraron del lugar con el mismo sigilo con que habían ingresado.
La peste comenzó a propagarse y el epicentro fue precisamente el barrio de San Telmo. En un par de meses, ya había comenzado a azotar a los barrios aristocráticos inclusive. Ese mes de Marzo, morían un centenar de personas diariamente y los hospitales comenzaron a verse desbordados. El puerto de Buenos Aires fue puesto en cuarentena y los que podían, comenzaron a abandonar la ciudad.
Fue entonces que Leonardo le dio instrucciones a su hermana Sofía para que se trasladara con la servidumbre a la quinta en la zona ribereña de San Isidro.
"- En un par de días te alcanzaré allá. Primero debo terminar unos asuntos pendientes."
Esa noche, Leonardo y Boris caminaron largamente por las desiertas calles de la ciudad.
El silencio era casi absoluto, a excepción de algún lamento aquí y allá de los moribundos que habían sido abandonados a su suerte. Los dos vampiros deambulaban por la zona donde todo había comenzado; la conversión de Leonardo, la plaga, la muerte. Siempre la muerte.
Un miasma de consistencia vaporosa flotaba en las empedradas calles vacías.
"- Puedes escucharlos, no?" -preguntó Musat. Los ecos de sus pasos fueron la única respuesta- "Nosotros seríamos maldecidos por lo que hacemos, pero he aquí que a estos pobres infelices los han abandonado a una suerte más terrible aún. La humanidad no deja de sorprenderme en su infinita falta de misericordia por los más débiles. No me malinterpretes" -prosiguió Musat- "he visto la muerte en todas sus formas y créeme que pocas cosas pueden compararse a lo que vi cuando luché contra los otomanos pero... toda esta muerte tiene tan poco sentido!"
Guardó silencio un par de minutos y comenzó nuevamente.
"- Obviamente que la plaga nos complica un poco las cosas. Deberíamos considerar tal vez otras opciones."
"- Como cuales?" preguntó Leonardo.
"- Bueno, en primera instancia podríamos mudarnos al país de la orilla de enfrente."
"- Boris, no quisiera abandonar Buenos Aires!"
"- Eres un sentimental mi joven amigo. Eso podría ser tu perdición, recuérdalo!"
"- Hice planes para mudarme a la quinta de la familia en San Isidro, hasta que pase la plaga."
Siguieron caminando sin hablar.
El paisaje era como sacado de una extraña pesadilla. En algunas esquinas podían verse los ataúdes apilados, esperando que alguno de los escasos coches fúnebres que había en la ciudad pasara a levantarlos.
Iban por el medio de la calle cuando de la puerta de una casona de la vereda a su izquierda, salieron precipitadamente dos hombres. Ambos cargaban varios objetos que parecían ser candelabros y adornos de metal plateado.
"- Mira" -dijo Musat- "saqueadores. Ni las ratas pueden ser tan despreciables como estos sujetos!"
Leonardo tuvo el impulso de echárseles encima, pero Musat lo tomó del brazo y lo detuvo. Ante el gesto de Leonardo los dos delincuentes echaron a correr con su botín.
"- Déjalos, no te preocupes. Seguramente vivirán en alguna pocilga no muy lejos de aquí y también morirán vomitando sangre como los dueños de la casa que saquearon. En ese caso podríamos llamarlo... justicia divina?" y lanzó una risa cargada de ironía.
"- Crees en Dios, Boris?"
"- Que si creo en Dios? Te diré mi joven amigo, con todo lo que he visto en mi larga vida puedo decirte que, si Dios existe, definitivamente es un sádico!"
Luego de varias cuadras sin pronunciar palabra ninguno de los dos, Musat apoyó una mano en el hombro de Leonardo y dijo:
"- Tal vez sea hora de que nuestros caminos se separen."
Leonardo había presentido eso durante los últimos días.
"- Ya te he enseñado todo lo que te hará falta para sobrevivir. Por otro lado, yo ya he perdido el interés por esta ciudad y no estoy acostumbrado a permanecer por mucho tiempo en un solo lugar. Y en cuanto a mi plan original... bueno, en esencia los vampiros somos almas solitarias. Es una estupidez de mi parte pretender andar por el mundo tratando de crear vampiros que me acompañen por toda la eternidad. Pero de haber habido alguien, ese hubieras sido tu amigo mio!"
Leonardo sintió un nudo en la garganta. En poco tiempo Boris Musat se había convertido en algo más que en su mentor, se había convertido en un amigo.
Para librarse del desasosiego que lo invadía hizo un comentario sarcástico:
"- Lo que tu necesitas es una esposa Boris!"
"- Por las gárgolas de Notre Dame! Es lo último que necesito!"
Ambos rieron un instante y volvieron a quedar en silencio.
Comenzaron a regresar en dirección a Barrio Norte. Después de todo, esta noche aún necesitaban alimentarse.
Continuará...
Continuará...